El sentido del humor: manual de instrucciones
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Capítulo 2: El enigma de la risa

Extracto "Las piezas del rompecabezas" y "La pieza clave"

En las últimas décadas ha surgido un campo multidisciplinar dedicado a los estudios del humor, en el que participan antropólogos, sociólogos, psicólogos, etólogos, filólogos, psiconeuroinmunólogos y toda suerte de otros ólogos. Aunque la idea de la “ciencia del humor” pudiera evocar una escena de los Hermanos Marx vestidos de bata blanca, reventando probetas y calculando la trayectoria de tartas de merengue, en realidad se trata de un esfuerzo bien sobrio para tratar de acumular datos y avanzar el conocimiento en esta materia. Existe una sociedad internacional, la International Society for Humor Studies, que organiza una conferencia anual y edita una revista académica titulada Humor. Las bibliografías científicas sobre el tema cubren cientos de páginas con decenas de miles de títulos. Se han realizado cientos de experimentos y estudios empíricos sobre la relación entre risa y salud, el contexto social del humor o el uso de los chistes en los discursos políticos, entre muchos otros temas. Recientemente, se ha publicado el primer libro de texto que resume todas estas investigaciones, The Psychology of Humor de Rod Martin, un libro que recomiendo vivamente a cualquier persona interesada en la ciencia del humor.
            ¿Qué sabemos de la risa? En primer lugar, podemos decir que se trata de una emoción positiva, caracterizada por una sensación subjetiva placentera y una serie de expresiones faciales, corporales y vocales fácilmente reconocibles: sonrisa más o menos pronunciada, músculos zigomáticos de los ojos contraídos, exhalaciones abdominales rítmicas y veloces que provocan el característico sonido de tipo “ja-ja”, agitación de todo el cuerpo y activación de ciertos circuitos neuroquímicos.
Como otras expresiones emocionales, la risa es un gesto en principio involuntario, pero que puede controlarse voluntariamente hasta cierto punto, e incluso fingirse. Si alguna vez has reído al final de un chiste que aún no habías llegado a entender del todo, o has tratado de contener una explosión de hilaridad delante de tu jefa, sabes de lo que estoy hablando (¡y no me digas que no!).
            Se ha comprobado también que esta emoción es innata y universal en la especie humana, dado que incluso los niños que nacen sordos y ciegos comienzan a reír a la edad habitual, sin haberlo podido aprender por imitación. Los antropólogos la han encontrado en todas las sociedades conocidas, y aunque existen distintos géneros de comedia, gustos humorísticos y reglas sobre como, cuando y donde reír, da la impresión que el mismo tipo de cosas “hacen gracia” en todo el mundo. El antropólogo Nigel Barley, cuando llegó a una remota tribu en la que nunca habían visto a un hombre blanco, provocó los gritos de terror y el llanto de los niños. Barley apenas podía hablar el idioma de esta gente, pero en esa situación pudo reírse con los adultos de la tribu del miedo de los pequeños. Por otro lado, también es cierto que la lengua y la cultura impiden al inicio disfrutar de muchas situaciones que en otras sociedades provocan la hilaridad, pero una vez superadas estas barreras, podemos llegar a “pillar” sus chistes.
            La universalidad del humor no conoce barreras de edad ni de sexo. Aunque hombres y mujeres, jóvenes y adultos, se ríen de cosas distintas según sus intereses y educación, los estudios revelan que cada uno de estos grupos ríe con la misma frecuencia y tiene las mismas habilidades para apreciar, crear y compartir el humor que cualquier otro. Si históricamente han habido más “humoristos” que “cómicas”, por lo tanto, no ha sido por falta de capacidad o talento, sino por barreras similares a las que han obstaculizado el protagonismo de las mujeres en otras áreas de la esfera pública y profesional. En el caso de los niños, es probable que la importancia del juego en su desarrollo temprano sí dé un mayor protagonismo a la risa y el humor en sus vidas, como parece de sentido común. Dicho esto, el muy repetido dato de que “los niños ríen 300 veces al día mientras que los adultos sólo 15” no está basado en ningún estudio publicado, y parece por otro lado muy exagerado. No es más que una leyenda urbana que siguen difundiendo risoterapeutas y medios de comunicación.
            Los etólogos han demostrado, por otro lado, que a pesar de Aristóteles (que nos definió homo ridens), hay otras especies animales que también ríen, y no sólo las hienas(1). Desde hace varias décadas los primatólogos han observado una expresión facial y vocal muy parecida a la risa en los chimpancés y en otros primos lejanos del ser humano, que exhiben en situaciones que suelen hacer reír a los niños pequeños: juegos del tipo “corre-que-te-pillo”, peleas en broma y ataques de cosquillas. Más sorprendente ha sido el reciente descubrimiento de que muchos otros mamíferos también emplean gestos y sonidos específicos en los momentos de juego, aunque no sean para nosotros tan fácilmente reconocibles como “risa”. Si has jugado alguna vez con un perro, quizás te hayas fijado en el característico ritmo de exhalaciones que suelen acompañar las clásicas “peleas” o “persecuciones” lúdicas caninas.  En el caso de las ratas y otros roedores, las carcajadas son inaudibles para el oído humano, ya que se producen en frecuencias ultrasónicas. Aunque parezca broma, científicos como Jaak Panksepp de Bowling Green State University han descubierto que pueden hacer amistad con sus ratas de laboratorio mediante las cosquillas.
            Otro aspecto bien documentado del humor es su carácter social. Reímos con y a menudo también de las personas que nos rodean. De hecho, la risa es poco frecuente cuando estamos solas, o rodeadas de gente desconocida. Por lo menos suele hacer falta un entorno social “virtual” como los personajes de Farmacia de Guardia o Aquí No Hay Quien Viva –y las risas “enlatadas” que nos animan también a reír. Diversos experimentos han identificado toda una gama de factores sociales que facilitan la risa, entre ellos la cercanía física, la orientación cara-a-cara, el mirarse a los ojos y la similitud cultural. Cuando oímos o vemos algo tremendamente gracioso, solemos sentir las ganas de contárselo a alguien para reír juntos. Y la risa es, como suele decirse, contagiosa, incluso cuando no entendemos su causa. Es tan contagiosa, de hecho que se dan casos como el de 1962 en Tanganyka (ahora Tanzania) en el que se produjo una auténtica “epidemia” de la risa en toda la zona que afectó a miles de personas, especialmente entre las jóvenes adolescentes, que duró meses y llegó a forzar el cierre de escuelas.
            Por otro lado, como todos sabemos, la risa a menudo tiene como objeto a otra persona, o a un grupo de personas, complicando aún más la dinámica interpersonal. Reír es muy agradable, pero no lo es tanto que se rían de ti. Todos hemos sentido en algún momento la humillación de convertirnos en el objeto de risas y burlas, y sabemos que es una de las sensaciones más terribles de la experiencia humana. De la misma manera, todas tememos “hacer el ridículo” y tratamos de evitarlo a toda costa, incluso llegando a comprometer nuestros principios, infringir la ley o arriesgar la vida misma por no convertirnos en un “hazmerreír”. En varias ciudades y pueblos de España aun pueden encontrarse “picotas”, columnas a las que se ataban los ladrones y delincuentes para exponerles a la humillación pública, poniendo este poder coercitivo de la carcajada al servicio del orden público.
            Finalmente, una buena parte de los estudios en este campo se han dedicado a los efectos fisiológicos, psicológicos y sociales de la risa y del humor. Siempre se ha creído que la risa es sana y que una broma puede servir para condimentar un discurso o para reducir la hostilidad, pero en los últimos años hemos comenzado a entender con mayor precisión toda la gama de efectos, tanto positivos como negativos, del fenómeno, matizando algunas de las ideas de sentido común que han circulado sobre él a lo largo de los siglos. A estos “beneficios” y “contraindicaciones” dedicaré el Capítulo 4.
            Sin embargo, hay poco acuerdo sobre la pregunta más básica: ¿Qué hace que algo sea “gracioso”? Como ya decía Jonathan Swift, este asunto sigue evadiendo a toda la Tribu de Filósofos Serios. Y sin una respuesta a esta frustrante adivinanza, el campo de los estudios del humor se ha convertido en una especie de Babel, en la que cada uno habla su propio idioma y no resulta fácil seguir construyendo la torre a pesar de tener disponibles todos los materiales y herramientas.

La pieza clave
Curiosamente, no hace falta ser un científico para encontrar la pieza clave de este rompecabezas. Cualquier ser humano, en principio, tiene toda la información necesaria a su disposición. De hecho, de alguna manera, todos y todas sabemos la respuesta al misterio del humor. Si no supiéramos la causa de la risa ¿cómo sabríamos cuándo reír? ¿cómo sabríamos qué tiene gracia y qué no? Intuitivamente, lo tenemos muy claro. Pero parecemos incapaces de traducir ese conocimiento intuitivo y automático en una teoría explícita que pueda comunicarse, y que además resulte convincente.
            No es que no lo hayamos intentado. Se han publicado cientos de teorías firmadas por todo tipo de pensadores, desde los grandes filósofos de la antigüedad a las psicólogas evolutivas del Siglo XXI. Algunas de estas mentes privilegiadas incluso han creído haber dado con la “piedra filosofal” del humor, cayendo en ruborizantes aspavientos de triunfo que luego resultaron tan precipitados como presuntuosos. Arthur Schopenhauer, por ejemplo, declaró solemnemente, al final de su ensayo sobre el humor:

Ésta es la explicación correcta de lo ridículo... No habrá lugar a dudas de que aquí, después de tantos intentos inútiles, se ha revelado la verdadera teoría de lo ridículo y se ha resuelto definitivamente el problema que Cicerón propuso y no logró resolver.

Pero el pobre Schopenhauer, más que haber encontrado la piedra filosofal del humor, había vuelto a tropezar aparatosamente con ella, y como tantos otros antes y después de él, acabó dándose con las narices en el duro suelo del juicio ajeno.
           
En las siguientes páginas resumiré las cuatro propuestas más conocidas, basadas en los conceptos de la superioridad, la incongruencia, la catarsis y el juego.                        

           

(1) En realidad la “risa” de las hienas no lo es tal. Se trata de la llamada que advierte al clan de que se ha encontrado comida.


eduardo@humorpositivo.com

© Eduardo Jáuregui 2007
Ilustraciones de Opalworks y Ricardo Martinez
Fotografía de Eduardo por Daniel Torrelló